Definir el bienestar supone un desafío especial debido a las diferentes formas en que se entiende el concepto en distintos contextos y por distintas personas. En vez de dejarse llevar por una definición, las organizaciones se han centrado en dimensiones y descripciones (Dodge, Daly, Huyton y Sanders, 2012). En lo que coinciden numerosos autores es en el carácter multidimensional del bienestar y en el hecho de que sus distintas dimensiones están profundamente entrelazadas.
Los gobiernos y las organizaciones como la Comisión Europea, Save the Children y UNICEF han desarrollado y empleado una serie de marcos. Si bien las formas de organizar y medir las distintas dimensiones e indicadores difieren entre sí, todos dichos marcos parecen incluir versiones de lo siguiente: una dimensión material,
un vínculo con los niveles de vida; una dimensión subjetiva, es decir cómo se siente la gente; y una dimensión relacional que pone el acento en la importancia de las relaciones de las personas con los demás (White, 2010). En los países de la OCDE, UNICEF adopta un marco de seis dimensiones: bienestar material; salud y seguridad; bienestar educativo; relaciones familiares y con los compañero/as; comportamiento y riesgos; y bienestar subjetivo. La Unión Europea enumera las condiciones de vivienda y ambientales en lugar de las relaciones familiares y entre pares.
Los debates sobre la medición y la conceptualización del bienestar de las personas menores de edad van más allá del alcance de la presente guía práctica y su buen desarrollo puede apreciarse en otros lugares. Lo importante en este contexto es que el bienestar de los niños y niñas sigue siendo el objetivo normativo de las intervenciones de construcción codiseñadas con menores, y que se trata de un concepto multidimensional que aborda los derechos que presenta la Convención sobre los Derechos del Niño. Para un análisis reciente sobre los diferentes marcos que enfocan el bienestar infantil, puede consultar a Cho y Yu (2020), a quienes repasamos brevemente en el cuadro 2.